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Sobre Francisco Franco

Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975. Han pasado 43 años desde entonces. Muchos españoles no habían nacido antes de que él falleciera; otros, eran niños o adolescentes, aunque también había personas de más edad.

Sin quererlo ni saberlo, Franco nos trajo la democracia. Primero hizo una transformación económica sacando a España del aislamiento en la que la había sumido; de ser un país agrícola la convirtió en industrial. La transformación económica trajo aparejada la transformación social: la población salió de las aldeas y caseríos para ir a los pueblos, que crecieron, y de los pueblos a las capitales que crecieron más todavía; el analfabetismo quedó residual y surgió una clase media mayoritaria. Finalmente, los cambios económicos y sociales llevaron a demandas de cambio político. Recuerdo de niño haber visto a personas mayores discutir sobre la conveniencia de llevar a los hijos a la universidad para tener un futuro, mientras que advertían del peligro de que se volvieran “comunistas, o lo que es peor, melenudos”.

No era la sociedad española muy diferente de la europea. En Italia, La Dolce Vita de Fellini (1960) supuso un revulsivo en una sociedad mojigata y, sobre todo tras y el Mayo del 68 francés, las chicas empezaron a trasnochar y a fumar; y los cambios también llegaron a España. Fue el turismo y sobre todo la televisión con el cine la que nos hizo ver cómo vivían las mujeres de la sociedad norteamericana o las clases altas europeas.

Tampoco en lo político, a pesar de la evidente diferencia de vivir en una dictadura, había tanta distancia con Europa: Francia tuvo una crisis, golpe de estado y la creación de la V República. Las guerras coloniales pasaron factura; y la Guerra Fría estaba vigente con bastante rigidez en unas democracias formales de Europa occidental.

No fue hasta bien entrados la década de los sesenta del siglo pasado cuando surgió la oposición al régimen de Franco, (exceptuando tras la guerra civil a los terroristas de los maquis hasta su extinción), según el grado de desarrollo, en unos lugares antes que en otros; no era lo mismo la capital, o la universidad que un tranquilo pueblo de provincias de la periferia. Así las cosas, más de media España no se enteró de la existencia de oposición, ni siquiera del terrorismo de ETA hasta el asesinato del presidente del gobierno, Carrero Blanco, en 1973.

Lejos quedan aquellos tiempos. No tengo referencias de graves abusos por no haberlos vivido. La fase final del franquismo resultó más bien dictablanda porque se respiraba tranquilidad y hasta complacencia social reduciéndose la oposición política a no muchos estudiantes y sindicalistas.

Durante este periodo se había creado la Seguridad Social, el Fuero del Trabajo (antecedente del Estatuto de los Trabajadores), las Magistraturas de Trabajo, la ley de asociaciones, la ley de procedimiento administrativo y multitud de leyes que cuando llegó la democracia y tuvimos la Constitución, han resultado totalmente o en gran medida compatibles con ella por ser de gran calidad técnica. No ha ocurrido igual con muchas leyes aprobadas en la etapa democrática.

Presentar a Franco cual si fuera un híbrido entre Hitler, Stalin y de Jack el Destripador cuando la represión tras la guerra civil era inevitable (dejo para los historiadores su alcance y si fue desmesurada más o menos), es faltar al rigor histórico.

Franco sería un gran militar, pero fue un pésimo ministro de defensa: cuando nos sorprendió la guerra del Ifni, no teníamos armamento para hacer frente y compramos apresuradamente tanques a Francia que posteriormente dieron muchos problemas. A su muerte, la mayoría de los vehículos de los ejércitos no hubieran pasado una inspección técnica.

Cuando Franco falleció, quedó claro que no era posible un franquismo sin él. No cabía otra opción que la normalización institucional homologándonos con nuestro entorno cultural. La sociedad estaba madura y no le faltaba sino despertar. Los cambios socioeconómicos, las estructuras creadas y hasta las leyes políticas del franquismo facilitaron la transformación hasta el extremo que, mientras en Europa admiraban el proceso, en España no nos parecía nada del otro mundo y hasta creíamos que los cambios llegaban con demasiada lentitud.

Dejando para la Historia aquel periodo (que es historia), quedan dos cuestiones pendientes, a saber: la Ley de Memoria Histórica y sus sucedáneas de taifa, y, con cierta relación, los restos de Franco y el Valle de los Caídos. Abordaré en primer lugar el Valle de los Caídos.

La Basílica del Valle de los Caídos es un monumento religioso (no político, aunque tenga connotaciones), en manos de una congregación religiosa, (que requeriría execración) y propiedad de Patrimonio del Estado. Hasta la enfermiza obsesión para desviar la atención de la opinión pública, este monumento estaba sumido en el olvido. Su actividad es estrictamente religiosa, subsistiendo precariamente del turismo religioso (convivencias, cursillos de cristiandad, etc.) y hace tiempo que las peregrinaciones políticas en el aniversario del fallecimiento del dictador habían caído en el olvido. Dado su aislamiento, era un lugar pacífico para albergar los restos de Franco hasta que los profanadores han hecho acto de presencia. En caso de traslado de los mismos, el lugar elegido junto a la tumba de su esposa Carmen Polo en la catedral de la Almudena sería, digamos, menos adecuado, especialmente para los torpes que no lo previeron. Y todo ello envuelto en toda suerte de irregularidades forzadas que podrían derivar en procesos judiciales. El desenlace de este esperpento está por ver.

Respecto a la o las leyes de Memoria Histórica las abordaré en otro artículo para no extenderme en demasía. Entre otras cosas, porque requiere un tratamiento individualizado.

Cervantino.

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