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Problemas de ética.


Recuerdo que cuando estudiaba bachiller, en biología nos ponían problemas de genética, y para hacerlo más estimulante tenían un punto de picardía: de los genes del  marido y mujer surgía un hijo, y el esposo alegaba infidelidad por una cuestión hereditaria del niño (un gen ligado a uno de los cromosomas X ó Y), alegando que no podría ser hijo suyo.

Propongo el siguiente problema: tenemos que cerrar un negocio, y tenemos dos alternativas, o hacerlo con el señor A, o hacerlo con el señor B. En principio es indiferente hacerlo con el uno o con el otro, no representando ninguna ventaja cualitativa; sin embargo, nos enteramos que el señor A le es infiel a su esposa, “le pone los cuernos”, a diferencia del señor B. ¿Con quién cerraríais el trato y por qué?

La respuesta correcta al problema es con el señor B. La razón es de lógica: puesto que es indiferente hacer negocio con A ó con B, en A observamos un principio de deslealtad; si es capaz de engañar a su esposa, ¿por qué no nos va a engañar a nosotros?  En consecuencia, procede evitar el riesgo de A y decantarse por B.

En política, sobre todo en los EE.UU., donde no todo es malo, es frecuente hacerse la foto del candidato con su esposa y en algunos casos, hijos. Representa la imagen que pretende ofrecer. ¿Se imaginan para presentarse a las elecciones la imagen de Rodríguez Zapatero con su mujer y sus hijas “las góticas”? Creo que si el electorado hubiese visto esa imagen más de uno que le votó se lo hubiera pensado y no le hubiera votado; no es eso lo que la sociedad querría para sus hijos.

Por eso en Gringolandia los líos de faldas tienen tanta repercusión en política. En España, por el contrario, ser político es garantía de cambiar las tres “C” (no que muera de corazón, cáncer o accidente de coche; sino cambiar de coche, casa y compañera), y todo ello sin que afecte a las expectativas electorales de las siglas por las que se presente.

Personajes como el juez corrupto Baltasar Garzón, condenado por prevaricación judicial que es un delito especialmente repulsivo, son llamados a las televisiones a dar clases de moral, y reciben subvenciones públicas para burlar la ley. Y otro juez igualmente condenado por el mismo delito es cabeza de lista por el emergente VOX sin que se den siquiera las correspondientes explicaciones de por qué se ha adoptado esta decisión ni quiera a sus propios afiliados. Y todo ello acontece independientemente de la orientación política; en Podemos observamos como su código ético no es más que una pantomima alcanzando en su Macho Alfa niveles de hipocresía imposibles de digerir.

Una sociedad que no es respetuosa con las formas no es decente. La indecencia se ha adueñado de la vida pública, y ello es debido a la falta de moral de la sociedad que tolera estas situaciones. Y lo que hace perder la moral es el alineamiento ideológico, que viene a justificar que “por ser de los nuestros” se le exonere al sujeto impresentable. En definitiva: el sectarismo ideológico y el prejuicio son el envoltorio, el vehículo para la burlar la moral pública, si a estas alturas todavía cabe hablar de ella.

El precio de la indecencia es la corrupción. Pero en el gen deletéreo de la indecencia está incluido y no es posible una sociedad no corrupta al servicio del superior interés general si ésta es indecente intelectualmente. A la indecencia intelectual se ha de añadir la indecencia ideológica ofreciendo los partidos mercancía averiada que conduce inevitablemente al fraude, por lo que vendedores de crecepelos y otros charlatanes de feria pueblan la vida pública.

No puede haber una democracia sana tolerando toda esta corrupción. La indecencia material y la indecencia ideológica. Saldrán los representantes de la segunda a defender su ideología porque en su caso,  ellos “son de izquierdas” o “son de derechas” y los demás estamos equivocados; es más, como no somos de los suyos, los demás somos corruptos.

La Historia nos da ejemplos de episodios en los que la indecencia ideológica seduce a la mayoría de la población e inevitablemente conduce al fracaso catastrófico. Podría alegarse que es fácil criticar a toro pasado, pero es fácil adivinar el futuro detectando la indecencia ideológica en lo que denomino el pecado original: no es análogo al de la cultura cristiana, sino el error inicial. Si el error inicial o pecado original se hubiera tenido en cuenta, la población centroeuropea no hubiera sido seducida por el nacional-socialismo y el fascismo que llevó a la II Guerra Mundial. De igual modo surgen nuevas ideologías que arrastran pecados originales desde su inicio, por lo que es previsible su fracaso frente a la corrupción por más que seduzcan a sectores importantes de la población. Nuestro deber es advertir detectando los pecados originales presentes en opciones viciadas y recordar que no se debe cerrar el negocio con el señor A, porque terminará engañándonos como lo hace con su pareja. No nos quejemos de la corrupción de la que somos culpables: abordémosla rechazando al señor A y denunciando su pecado.

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