Hay al menos tres razones para acudir a una manifestación: en primer lugar, debemos recuperar espacios cedidos a la izquierda demagógica por nuestra dejadez; la calle es de todos, no sólo de esos pancarteros profesionales. No debemos buscar excusas para no asistir a esas citas: que si tengo una comunión, que si tengo un viaje programado… nadie va a ocupar nuestro lugar; por eso es un deber asistir a esos eventos.
La segunda razón es movilizar a la parroquia, al colectivo, para que rompa la pasividad, la resignación, el pesimismo y se anime. En estos eventos se hacen amistades y cual una bola de nieve, surgen nuevas ocasiones de volver a salir a la calle. La movilización social es muy importante: en territorios irredentos, si se me permite la expresión homosexual, hace que muchas personas salgan del armario y rompan su inhibición en ambientes hostiles o adversos.
La tercera razón es la visibilidad. Con frecuencia las organizaciones que convocan una manifestación no suelen recibir el tratamiento y atención adecuado en los medios de comunicación. Con la manifestación consiguen visibilidad, y además, se suele aprovechar el evento para obtener adhesiones diversas, hacer nuevos afiliados, etc.
Y hasta ahora no hemos entrado en la razón especifica por la cual ha sido convocada esa manifestación determinada. Cuando se convoca una manifestación se busca un efecto concreto dentro de una estrategia persiguiendo un fin, un objetivo. Hay que ser consecuente con ese objetivo. No se sale a la calle a desahogarse, a exhibir banderas, vociferar y hacer más o menos una expresión individual de malestar en ocasiones de forma poco inteligente o educada. El momento elegido, la ciudad, el recorrido, el lema de la convocatoria, el de las pancartas… todo ello debe estar estudiado. No se sale a canturrear “soy español, español, español” y se debe evitar toda desviación, especialmente de elementos oportunistas que pretenden hacer suyo el evento para sus fines privados.
Recuerdo con mucha emoción aquellas grandes manifestaciones de la era Zp-192. He visto a señoras con tacones que nunca habían asistido a una manifestación (porque no es la indumentaria más adecuada), personas mayores en silla de ruedas con la mano vendada de haber tenido el día anterior el gotero en ella, un señor que llevaba un paraguas de los de más de 120 € con unos guantes de ante no menos baratos… personas todas ellas que no son asiduas de la calle pero que no podían faltar a ese evento. He visto mucha entrega y sacrificio. Personas que han pasado más de cinco horas de autobús para ir, y otras tantas para volver, comiendo apenas un bocadillo en un parque; he visto a señoras mayores jubiladas caladas hasta los huesos con optimismo diciendo que en invierno se bañan en la playa y que eso no era nada… Todas esas imágenes están en mi cabeza y no puedo olvidarlas.
Si, hay momentos en los cuales hay que salir a la calle. No somos pancarteros. Recuerdo que el moderador de un foro emblemático tenía por pseudónimo “Pancartero, no gracias“, y abreviadamente se quedó con el sobrenombre de “Pancartero”, más un honor que un mote. Ha sido un honor participar en manifestaciones en las que he pasado frío, calor, sed, cansancio… pero no he ido a hacerme una foto, sino a aportar con mi presencia. Por ello desde estas líneas hago un llamamiento a participar en aquellas que son importantes. Nunca tantos españoles deberán su bienestar a tan pocos que sacrificadamente han dado un paso adelante asistiendo a esas manifestaciones; desde los que en territorio sin redimir del terrorismo salieron valientemente ante la hostilidad del mundo de ETA y su cómplice el PNV siendo cuatro gatos, a las grandes manifestaciones que se dan cita en Madrid o Barcelona. No es necesario ser un héroe; basta con ser un ciudadano, y no se es simplemente por introducir una papeleta de voto en una urna cada cuatro años. Reitero: hay momentos en los que hay que salir a la calle. Y seguir las consignas de los organizadores.
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