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Migración II

Supongamos que ante algún género de calamidad, alguien llama a la puerta de nuestro domicilio pidiendo ayuda; y nosotros amparamos a esa persona. Es una situación extraordinaria y por razones humanitarias acogemos a esa persona ofreciéndole techo y alimento. Pero es una catástrofe y hay más personas que llaman nuevamente a la puerta. A pesar de las limitaciones de nuestro domicilio, ofrecemos a una segunda persona igualmente cobijo instalándola en el salón, aunque tenga que dormir sobre el suelo extendiendo en él una manta. Y vuelven a llamar a la puerta, y una nueva persona igualmente interesa refugio; entonces, nuestro cónyuge nos advierte de estar a límite porque no hay más que un servicio y además tenemos que atender a nuestros propios hijos, por lo que nos vemos obligados a denegar la entrada a esa persona sugiriéndole que busque otro domicilio por estar el nuestro ya repleto. Y entonces, otra persona intenta entrar no por la puerta, sino por la ventana, rompiéndola y armada con un palo. ¿Qué haría usted?  Repelería al intruso que entra por la ventana echando mano del primer objeto contundente que encontrara a modo de arma.

La situación de la inmigración es análoga. Incluso podemos adornar el último supuesto de la persona que pretende entrar por la ventana armada con un palo, en vez de con él, con la bandera de Honduras.

Lo primero que tenemos que reconocer es que las personas entran por la puerta y por las buenas, no por la ventana. De dejarlas entrar o decirles que no es decisión nuestra. Y por supuesto, a las personas que entran por la ventana se les rechaza, especialmente si portan un palo. Análogamente, a los emigrantes los estados deben obligarles a entrar por la puerta, a saber, por la aduana y los que no lo hagan, o usen violencia o porten una bandera de Honduras, hay que impedirles el paso por la fuerza.

Por mucha compasión que se sienta ante la desesperación de esas personas, debemos seguir ese esquema si no queremos que la situación se nos escape de las manos. En consecuencia, el uso de la violencia es legítimo para defender nuestra casa. Y la violencia ha de ser proporcional, es decir, no ser insuficiente.

Es cierto que hay una situación de catástrofe humanitaria derivada de la falta de libertad, lo que conduce a guerras, epidemias y hambruna, principalmente en África. Otro problema igualmente serio y relacionado es el terrorismo identitario de carácter islamista. En general, es preferible la injusticia al desorden; el derribo del régimen de Gadafi en Libia ha conducido a una situación aún peor.

Ante esta circunstancia, la postura que debemos asumir debe ser clara, firme y sin titubeos. No caben gestos como pancartas “refugees welcome” o el episodio del barco “Aquarius” que tienen un evidente efecto llamada. Repugna a la inteligencia y a la honestidad. El derecho humanitario está regulado en las Convenciones de Ginebra, sus Protocolos Adicionales, y la única organización acreditada es el Comité Internacional de la Cruz Roja (téngase en cuenta el III Protocolo Adicional en cuanto a símbolos; la Media Luna Roja, etc.). No tengo noticia de ninguna otra organización acreditada que tenga la misma legitimidad internacional. Tengamos en cuenta que las Convenciones de Ginebra y sus Protocolos Adicionales son considerados ius cogens.

En la actualidad, la Unión Europea (en lo sucesivo “Europa”), tiene en ejecución misiones frente a la costa de Libia, en el Océano Índico, en Senegal y Centro-África para hacer frente al problema, misiones militares en las que participa España. Es significativo como han ido incrementándose las misiones militares de Europa al tiempo que se han reducido las de la ONU y la OTAN que cumple ahora 70 años. A pesar de ello, la falta de una política exterior común de Europa así como las interferencias de la OTAN que se pone de manifiesto en falta de unidad en cuanto a dar respuesta uniforme de los estados miembros en materia exterior. Y se echa en falta más ambición: probablemente Europa debería administrar África, y los campos de desplazados y refugiados ser administrados directamente in situ, pero eso es otro tema. Y para los que tengan duda o no lo asuman, como los terroristas islamistas lleguen a Marruecos, entonces sí que vamos a tener un problema de fronteras.

Volviendo a nuestro interior, el problema que se observa es la falta de integración de los emigrantes constituyendo guetos donde la marginación y la falta de expectativas sociales de segundas y terceras generaciones proporcionan el caldo de cultivo de delincuencia y el terrorismo. Esos jóvenes no son ni del lugar de origen de sus ancestros, ni se sienten de los nuestros, y encuentran en la identidad sectaria y en el islamismo su refugio. Así resulta que en vez de importar terrorismo islámico, lo fabricamos y lo exportamos a zonas de conflicto; los atentados ocurridos en Occidente por estos desviados son una mínima parte en relación a los cometidos fuera en escenarios de guerra por terroristas nacidos en Europa.

España tiene inmigración desde hace relativamente poco tiempo y no ha llegado todavía al estadio de evolución anteriormente descrito. Se ha de evitar a toda costa la formación de guetos. Y se debe hacer más esfuerzo en la integración cultural. No caben dudas en torno al uso del velo en las mujeres, o prácticas de “cirugía sexual tradicionales” que carecen de fundamento hoy en día y que constituyen un peligro cuando no un crimen abominable. Incluso se debería imponer medidas como la adaptación de los nombres y apellidos a los nacionales prohibiendo los nombres extranjeros a los que opten por la nacionalidad española o recuperar el servicio militar obligatorio. Y sobre todo tener claro que los que están dentro, son de los nuestros, y los que están fuera, no. O dentro o fuera; como con la Gran Muralla China.

Las propuestas de los partidos políticos sobre la migración dan vergüenza. Los hay que proponen muros como “el del flequillo” o armas para todos, y en el extremo opuesto, papeles para los “top manta” y se hacen la foto con el Aquarius. Mientras, la intolerancia, el prejuicio y la violencia van creciendo alimentadas por esta gentuza de extrema izquierda y extrema derecha. Y la identidad nacional, se pierde; y sin ella, la desorientación y la demagogia, como cuando cayó el Imperio Romano de Occidente.

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