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Europa, v. 2.0

El eje franco-alemán es el corazón de la Unión Europea. Otros estados de la UE se pierden en cuestiones domésticas y no miran al exterior, yendo a remolque de los acontecimientos en vez de influir en ellos; es la inevitable consecuencia de la mezquindad política, muy abundante en España pero también en otros países. Se acercan las elecciones al Parlamento de la UE, y el programa del Eje, es el siguiente:

 

  • Presupuesto propio de las estructuras de la UE.
  • Un sistema de asilo político común.
  • Mejor sistema de vigilancia de las fronteras; mejora de Frontex.
  • Un ejército común; previamente, habría que tener una política exterior común, y el ejército contribuiría a ello.

 

Ya se han roto algunos tabúes: Alemania ha sacado tropas fuera de su territorio participando en varias misiones.

 

La solución ante el reto es mayor integración. Polonia, Hungría y finalmente Italia han desafiado a la Unión. Ante esta circunstancia sólo cabe una opción: firmeza. Desde la era romana existe el principio “pacta sunt servanda”. Si no están de acuerdo con la UE cuyo lema es “unidos en la diversidad”, que la abandonen como Gran Bretaña; en el caso de Italia, que sus ciudadanos miren su cartera y se fijen qué papel moneda portan, y que ellos así lo quisieron, no como Polonia o Hungría que tienen monedas propias. En consecuencia, ya no pueden darle vueltas al manubrio de la máquina de hacer billetes para engañar al pueblo, que es lo que pretenden con sus presupuestos nacionales, más impresentables que los que pretenden aprobar el gobierno minoritario de España.

 

Un problema que se ha denunciado son los nacionalismos. Ya no estamos ante movimientos populares de construcción, sino ante populismos demagógicos de disgregación que atienden no a un interés superior, sino a intereses mezquinos locales o de minorías; es lo que en Europa se denomina “ultraderecha”, pero que en el Mediterráneo suele ser más bien “ultraizquierda”, y dado su carácter extremo y antisistema, terminan uniéndose para formar gobierno: así ha ocurrido primero en Grecia, después en Italia y afortunadamente, en España no ha llegado el caso, pero no sería sorprendente que a pesar de su repulsa mutua también así ocurriera; en Cataluña al menos los nazionalentos de ultraizquierda y los flamencos belgas de ultraderecha hacen causa común.

 

Otro problema es la lenta integración, quizás a dos velocidades, entre los distintos estados. La Unión (¿o debemos llamarla en lo sucesivo “Europa”, con exclusión de otros estados del continente, pero no miembros de la UE?) es un elemento de estabilidad política y no de inestabilidad: así ha acontecido con España y otros estados frente a las tensiones originadas por gobiernos desnortados impidiendo que sus errores fueran a más o el país afectado se precipitara por el abismo. Casi es una necesidad: pensemos en el reto de las pensiones o el de la migración, problemas que sólo han empezado a emerger y que alcanzarán gran magnitud en el futuro.

 

Ninguna de esas cuestiones se puede abordar desde la perspectiva nacional; y los que sí lo debieran, como las pensiones, los partidos políticos nacionales no tienen el coraje suficiente siquiera para proponer soluciones, no ya para acometer políticas dolorosas, posponiendo indefinidamente el debate hasta que el problema termine estallando.

 

Cervantino.

 

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