Con frecuencia se utiliza la expresión “ultra” para referirnos generalmente a la derecha más extrema. No suele utilizarse, por manipulación del lenguaje, para referirse a su equivalente de izquierda. Pero veamos cuando se debe utilizar ultra y cuando se ha de utilizar extrema, qué queremos expresar con estos calificativos y cómo utilizarlos.
Nuevamente vuelvo a recordar, antes de empezar con el argumento, que el lenguaje es una asignatura pendiente de nuestra política, habiendo sido colonizados por el “hispanglish”, (dialecto o lengua vulgar plagada de barbarismos anglosajones) y, sobre todo, por la contaminación de la progrez (cualidad o propiedad que define al “progre”). El ejemplo más notorio lo tenemos en llamar nacionalistas a fuerzas regionalistas, porque nacionalismo es relativo a la nación, y la nación es España, no una región. Y así se produce una clara inclinación hacia la izquierda de la que somos cómplices.
Entendemos qué es derecha e izquierda, que originariamente hacía referencia a la posición en la Asamblea francesa de los escaños ocupados por los diputados. Hoy en día tiene un significado ideológico basado en la tradición, arrastrando esa calificación partidos poco homologables dentro de tales significados por inercia. Por extrema podemos entender los postulados más extremos dentro de esas tendencias. En consecuencia, habría una extrema izquierda y una extrema derecha.
Llega el turno de la expresión ultra. Por tal, atendiendo a su significado, hemos de entender “más allá de”, es decir, más allá de la extrema, sea izquierda o derecha. Lo ultra se sale de los límites del sistema y en consecuencia, se ha de subrayar su cualidad antisistema; por eso, nos guste más o menos, la extrema izquierda o la extrema derecha son admisibles (las permitimos en la vida pública, están legalizadas y las soportamos), mientras que la ultra-izquierda o la ultra-derecha se les combate.
Como fuerzas antisistema, los ultras no respetan la legalidad, y ello implica que, aún no identificándolas correctamente, se les tenga que afrontar. El error surge al no identificarlos correctamente sabiendo discernir entre extrema y ultra. Así ha acontecido por ejemplo con el terrorismo de ETA al permitírsele tener pantallas políticas. Y no ha sido la única formación ultra que se ha deslizado.
La democracia ha de saber defenderse de sus enemigos. Por eso existe una Ley de Partidos Políticos estableciendo requisitos de ser democráticos y no tener condenas contra el orden público y por terrorismo. Esta ley es un marco normativo insuficiente y se ha de incrementar su nivel de exigencia; pero hoy sólo nos vamos a fijar en el tema de lo extremo y lo ultra.
El nivel de cultura política de nuestra sociedad deja bastante que desear. Debería darse instrucción en la enseñanza al objeto que el ciudadano tenga unos conocimientos mínimos de comportamiento organizacional y una conducta civilizada, esto es, democrática, así como elevar el nivel de exigencia política a distintas organizaciones, sean asociaciones, sindicatos o partidos políticos. Buena parte de la culpa de la situación crítica que vivimos es consecuencia de esa falta de rigor y tolerancia con la laxitud de políticos y sus formaciones, fundamentalmente con base en prejuicios ideológicos.
La información es manipulada por grandes empresas sin escrúpulos y sus comunicadores no pocas veces son personas con gran proyección pero carentes de ese mínimo de cultura política o, cuanto menos, inclinados a la demagogia y al mal difundiendo ideas bastardas y arrastrando a las masas a posicionamientos contrarios al orden público. En consecuencia, la ceremonia de la confusión está servida. Si a eso añadimos el bombardeo constante, la inmersión en consignas oficiales creadas desde esos entes de ingeniería social, la escasa formación, la falta de otros referentes, el silenciamiento de las voces críticas y la intelectualidad, la pereza mental y la incultura política, nos encontraremos con el crisol que ha dado en la situación crítica actual, que no ha de extrañarnos en absoluto.
Uno de los detalles que puede quedar no valorado suficientemente es “la falta de referentes”. Hay un referente muy importante que ha sido soslayado, marginado y hasta vilipendiado: nuestra historia e identidad nacional. Está prohibido por ser políticamente incorrecto ser patriota. Numerosas personas han sido agredidas, incluso asesinadas, por portar símbolos nacionales en claros delitos de odio de los que han sido cómplices los medios de comunicación.
Se da la circunstancia que en España hasta hace relativamente poco no hemos tenido ultraderecha. Las autoridades, durante la Transición, estuvieron atentas para neutralizar cualquier fenómeno que hiciera descarrilar el camino a la democracia; por el contrario, se hizo la vista gorda con la ultraizquierda en la creencia que el darwinismo electoral se encargaría de poner orden en la sopa de letras al tiempo que las supervivientes madurarían. Sin embargo, la izquierda ha utilizado a grupos extremistas con carácter instrumental como ariete para cambiar la sociedad; la consecuencia es que hoy tenemos un problema de hipertrofia de la ultraizquierda: multitud de grupos de feminazis, nazionalentos, y otras “o-enes-gés” que no son sino pantallas de grupos de presión amenazan la Constitución.
Dicho lo anterior, y en previsión de movimientos pendulares indeseables, me dispongo a diseccionar los grupos ultra al objeto que puedan ser identificados:
• Son extremistas, y no sólo con el lenguaje que pueden cuidar más o menos, sino también en sus conductas; no son casos aislados, sino que se suelen repetir.
• No tienen ningún apego por el marco legal, que continuamente desbordan. No tienen coherencia en sus propuestas que chocan contra el edificio normativo y jurídico. Chocan con la Constitución; sus propuestas son con frecuencia contrarias a la Constitución.
• La ultraizquierda odia a España. En el caso de la ultraderecha, son patrioteros que simplemente se apropian de los símbolos nacionales. Ambos, por igual, odian a Europa.
• La ultraizquierda, odia la civilización occidental: la religión se convierte en su blanco atacando la Navidad, la Semana Santa, el día de los difuntos, la presencia de símbolos en edificios y en la educación.
• La ultraderecha, no está exenta de odio que se convierte en racismo larvado frente al Islam, y sumisión a la Guerra Fría anglosajona en una visión torpe y muy limitada del mundo. Insisto en un factor importante para distinguir lo extremo de lo ultra: el odio a la Unión Europea.
• Ambos grupos de ultras (izquierda y derecha), suelen responder a intereses locales y grupos de poder paletos a quienes representan; no tienen carácter democrático por más que utilicen el populismo como instrumento demagógico para su afianzamiento.
Por si no tuviéramos bastante con la ultraizquierda, está surgiendo la ultraderecha, de la que nos habíamos librado hasta ahora. Antaño, los ultras eran gente que se recreaba en la figura de Franco y Primo de Rivera y se resistían a la democracia; pero aproximadamente tras el referéndum de la OTAN, se produce una transición a la ultraderecha europea (en el sentido negativo de la expresión), con grupos que se recreaban en la simbología del III Reicht y sus mitos, el ídolo a la figura de Hitler, el racismo y negación del genocidio judío. Sin embargo, estos grupos, muy minoritarios, carecían de actividad política y se refugiaban en peñas futboleras y algún grupo de rock. Pero la demagogia de la izquierda es gasolina para el fuego de esta gente que subsistía sólo en grandes ciudades, quizás sólo en Madrid y Barcelona.
Como consecuencia de esta tendencia, surgen partidos nuevos que son influenciados negativamente por estas corrientes, al tiempo que su mensaje más primario se filtra a estos partidos extremitas contaminándolo de la ultraderecha. No es que vayan a adoptar sus símbolos, que de ello se cuidarán muy mucho; pero su mercancía averiada será reciclada y elevada a programa político. Cierto partido que no ha sabido vacunarse democráticamente y cae en el populismo demagógico ha recogido el testigo. Se vuelve a repetir lo ocurrido en la izquierda, pero esta vez en la derecha: surge un partido nuevo que polariza la esperanza y renovación, y sin embargo no es sino la expresión del fracaso del origen ideológico que lo sustenta. Y la sociedad, presa de la incultura, víctima de los medios de comunicación y hasta del más elemental instinto que les prevenga de situaciones fraudulentas, pica el anzuelo, cae en la trampa.
Cervantino.
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