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El ejército.

La función de un ejército, en primer lugar, es mantener la cohesión de un estado y garantizar su permanencia, continuidad y evitar su disgregación.

En segundo, garantizar el orden público evitando que cualquier individuo o grupo tome por la fuerza el poder sometiendo a los demás.

En tercero, mantener esa estructura frente al exterior, es decir, otros estados que pretendan atentar contra la existencia del estado propio defendido, o someterlo atentando contra su independencia. Un ejército propio es expresión de soberanía y sirve para hacer efectiva ésta sobre un territorio, especialmente en aquellos lugares donde se ve cuestionada o requiere de su presencia efectiva.

Para ello se vale de un principio: la disuasión: mediante ésta evitan la confrontación con otros ejércitos de otros estados que no estarían dispuestos a asumir el coste de una guerra. Con frecuencia se critica que tal cañón nunca fue utilizado considerándolo un gasto inútil; todo lo contrario: los cañones están para no ser utilizados, aunque llegado el caso, se utilizarían. Si la disuasión no fuera real, no funcionaría.

En cuarto lugar, el ejército está para preservar la paz. Nuevamente entra en juego el principio de disuasión, tanto interna como externa. Por el contrario, allí donde no hay ejército, mafiosos o cárteles, el bandidaje, la piratería y los señores de la guerra, imponen mediante la violencia sus reglas del juego. Los ejércitos preservan la paz, son expresión de la soberanía y garantía de libertad.

En quinto lugar, invertir en defensa es invertir no sólo en seguridad; es invertir en política exterior. El ejército proyecta la política exterior del estado mediante presencia real en aguas y cielos internacionales. Por eso la disuasión es real. Asimismo, los estados mediante alianzas extienden y proyectan la política exterior.

La inversión en defensa es dinero bien invertido. No hay política de defensa peor y más onerosa a la larga que no invertir en el ejército; para ello voy a poner dos ejemplos significativos: durante la II República, la situación de crisis hizo descuidar el armamento; llegada la guerra civil, el gobierno tuvo que comprar armas apresuradamente, muchas veces con bastante desacierto poniéndose en manos de traficantes de armas y estafadores pagando a precio de coyuntura, hasta el extremo que los depósitos de oro del Banco de España, los quintos mundiales, se supone las agotó en ello. Otro ejemplo fue la guerra de Ifni, que sorprendió a Franco que igualmente tuvo que comprar apresuradamente tanques a Francia, que no resultó una buena compra y dieron muchos problemas.

Los programas de defensa son de muy largo desarrollo, dilatados en el tiempo y muy onerosos. Generan valor añadido al inducir desarrollo tecnológico y tienen carácter estratégico, pues supone el diseño de la política para décadas. Los cambios de rumbo erráticos no están permitidos. Por ello requieren consenso.

Actualmente, los sistemas de armamento son de una envergadura tal que requieren del concurso de varios países, pues los desarrollos locales suelen ser prohibitivamente caros. Añádase la necesidad de uniformidad y compatibilidad en casos de alianzas, por lo que para que no resulte el coste excesivo, hay que recurrir a grandes pedidos y a la exportación que abaraten los costes e inversión de desarrollo.

No tienen sentido ejércitos de uniformados cual el actual de Argentina, que destina más del 90% de su presupuesto de defensa en pagar nóminas. Se debe dedicar dinero a adquisición de material, a combustible, a maniobras y a presencia en lugares en conflicto.

No tener ejército es antidemocrático: supone la militarización de la policía. Y no sólo esto; determinadas funciones tendrían que desempeñarlas ejércitos extranjeros sobre los cuales el estado anfitrión no podría ejercer control político; así ocurre en determinados estados con presencia militar extranjera. Por ejemplo, cuando el Presidente de EE.UU. viajó recientemente a Argentina, tuvo que ser escoltado su avión por aviones de ese país porque Argentina no tenía nada que sirviera de escolta.

Los ejércitos también son una garantía en casos de desastres, naturales o no, para abordarlos. Y proporcionan soporte logístico en estos casos, así como en los de solidaridad internacional en tales eventos.

En determinados lugares, son los ejércitos los que ganan terreno virgen para la humanidad, pues sólo con su capacidad técnica y logística consiguen vencer las adversidades del medio; pensemos en casos como las bases en la Antártica o la Estación Espacial Internacional.

Los ejércitos contribuyen a vertebrar la sociedad, especialmente en países en vías de desarrollo. Sirve para combatir el analfabetismo, campañas de vacunación, construir ciudades, carreteras, puertos y aeropuertos y telecomunicaciones; generan economía y transmiten tecnología a la sociedad civil, como ha ocurrido con los populares navegadores de los vehículos. Tan cierto es lo de vertebrar la sociedad que los países europeos están pensando en restaurar el abolido sistema de servicio militar obligatorio napoleónico.

Por todo ello, las corrientes antimilitaristas occidentales, especialmente en España, nacen de la ignorancia y de mentalidades contracultura y antisistema. Revertir la situación es una labor cultural pendiente; como también acabar con las inercias culturales de la guerra fría. La sociedad debe implicarse en decisiones que suponen grandísimos gastos e hipotecas políticas. La elección de los sistemas de armas es cuestión técnica reservada a profesionales; pero las decisiones sobre tal o cual opción o camino deben ser democráticas porque generan hipotecas políticas.

Las inercias culturales generan grandes fracasos en políticas de defensa. La historia está jalonada de ellos; pensemos en la línea Maginot en Francia que no sirvió para nada, ni siquiera de disuasión. Por eso es importante una cultura de defensa de la que participe la sociedad civil, y librarnos de la mentalidad transmitida por el cine bélico, que tiene bastante de propaganda y en términos técnicos suele estar desfasado. No debemos caer en la endogamia militar. Además, hoy en día los conflictos suelen tener carácter asimétrico con sistemas de armas muy diferentes.

Cervantino.

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